EL POBRE LINIER

Un humilde y afable señor adoraba el mundo del fútbol, no obstante, era demasiado malo como para dedicarse profesionalmente. Cansado y desmoralizado, decidió ser árbitro porque ese deporte era su pasión, le había cogido el gustillo a correr y le encantaban los pitos (los instrumentos pequeños que producen un sonido agudo al soplar también). Acabó siendo linier porque, como árbitro, desentonaba corriendo sin sentido de un lado a otro del campo inventándose las reglas del juego. Como a todos los liniers, en cada partido, jugadores, técnicos y espectadores, no paraban de encarársele, reirse de él y decirle de todo. Optó por reaccionar cada vez que el público le abuchease o le chillase. Él les insultaba como señal de venganza, total, nadie le oía. Se divertía usando esta técnica para mofarse de los allí presentes, hasta que un día ocurrió algo inesperado.

Llegó el día de una gran final y como en todo gran evento deportivo, el ambiente estaba caldeado, así que nuestro hombre había venido preparado con su repertorio de insultos. Lo que no sabía es que antes del inicio del partido se iba a guardar un minuto de silencio por la muerte de la madre de uno de los jugadores. Así que nada más empezar el minuto de silencio, pensándose que empezaba el partido... cogió todo el aire que pudo y gritó... ¡Hijos de puta todos!

Actualmente es frutero.