
Una imagen vale más que mil palabras. Volveré.





Imaginaba que esta película sería bastante taquillera, presentía que vendrían muchas niñas a verla, suponía que desataría la locura en ellas, sospechaba que los calzoncillos de Winnie the Pooh me quedarían de lujo,... pero todas mis expectativas se quedaron cortas.
El día del estreno, cuando llegué al cine, el hall estaba lleno de chicas pegadas al vidrio esperando a que alguien les abriese la puerta para entrar corriendo. Era imposible pasar entre ellas, habían formado una masa compacta inseparable. Tuve que pasar por encima como pude y se pusieron a chillar como locas:
- ¡Aaaaah! ¡Qué pequeña! – decían todas.
- No lo creo, es la sala más grande, tiene un aforo de…. vale, entiendo.
Cuando me subí la bragueta dejaron de gritar.
Llegó la hora de abrir la puerta y entraron todas veloces cual manada hambrienta. Era imposible no colisionar con ellas, sin darme cuenta me cogieron y me fueron pasando por encima de ellas como si fuese una pelota de playa. Acabé dentro de la sala cogido de la mano de un desconocido. Vi como un par de butacas intentaron salir corriendo y me uní a ellas, pero era tarde, no había escapatoria.
Antes de que empezase la película, las chicas se pusieron a hacer fotos junto a los personajes del display (cartel de cartón promocional de la película) dándoles besos, abrazándoles, acariciándoles,… Hasta los padres se hacían fotos:
- Disculpe, ¿no le da vergüenza? – le pregunté
- Ninguna, me encanta la película y me emociono con ella.
- Le entiendo, pero no era necesario que colgase los pantalones encima de la pantalla.
Cuando empezó la película fue lo peor. Las niñas bailando, cantando, chillando, dando palmas (con las manos también)… Hasta las madres se emocionaron, vi a una mujer que se quitó las bragas y se las tiró a la cabeza a un chaval que jugaba al Tetris. Porque no únicamente había niñas, también había algún que otro chico. Estaban los que llevaban falda y las uñas pintadas y los que se habían traído algo para entretenerse.
Entré a la sala para vigilar y un padre con pasamontañas al verme, corrió hacia a mí a cámara lenta:
- No seré el único que aguante esto…
Acabé encadenado a una butaca.
Por último, limpiar la sala fue horrible. Había basura por todas partes. Debajo de las butacas encontré de todo: palomitas, chuches, padres inconscientes, vasos, cartones, una cebra,… Cuando lo limpiamos todo, ya había chicas preparadas para entrar a la siguiente sesión. Fue ahí cuando decidí entretenerme con algo para no estresarme. Acabé con unas bragas en la cabeza.